jueves, 25 de junio de 2009


A los pies de este cerro
que se yergue a mi lado
estirando su cima
para besar el cielo,
y bajo el Sol brillante
que calienta mi México,
mi vista se confunde
con el azul y el suelo.
Paraíso perdido
del hombre que no encuentra
bajo sus propias huellas
la felicidad que truena
en la hierba del campo
en la desértica arena
al calor de la tarde
cuando se mece un velero.
Deseara yo mucha vida
para recorrer la tierra,
mezclarme con otras gentes
y embeberme de universo.
Una mezquita perdida,
tal vez una ruina azteca;
la quietud de una bahía,
quizás la candente selva.
Un niño adorando a Buda,
un indio arando parcelas;
y llevar en mis pupilas
la belleza que rodea
cada lugar del camino
sobre la faz de esta esfera;
y guardar dentro del alma
la paz que en el aire hubiera.